Es indudable el atractivo de una
película como ARRIVAL, rodada magníficamente, con un arranque sólido y unos
actores competentes, especialmente su protagonista, Amy Adams. Sin embargo, la
sensación tras su visionado es ambivalente: lo que al principio funciona como
un mecanismo de relojería, con brillantes secuencias y un guión preciso que
hechizan al espectador, se transforma en el tramo final en una serie de
secuencias que parecen forzadas en el propio universo de la película: generan
ciertas dudas sobre la lógica resolución de todo, demasiado fácil y conveniente
para ajustar los cabos sueltos. Esa es la sensación. Que nos exigen demasiados
SALTOS DE FE en el último tercio. Como espectadores eso nos hace pensar y
reflexionar sobre la verosimilitud interna de todo, provocando la ruptura de la
mágica sensación de estar viendo una historia redonda. Aun así, hay que decir
que sólo por la primera media hora de metraje, por la capacidad de sugestión y
admiración que provoca en ese breve tiempo, la película merece verse. En una
SALA DE CINE, por supuesto.
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